Pajarillo

La novedad del viejo mundo


(Segunda parte)  

 

 

 
 
 Jet lag
 
De un momento a otro la luz intensa de medio día desvaneció la obscuridad. Me deslumbró. Sólo había mar, sol y algunas nubes debajo de nosotros. La azafata me pidió que cerrara la ventanilla para no despertar a los demás pasajeros que dormían congelados en el uso horario mexicano. Mi compañera de asiento despertó y fue al baño. Volábamos sobre el Océano Atlántico, pero habíamos rebasado ya el Estrecho de Bering (según la pantallita que indicaba la trayectoria del avión), íbamos en sentido contrario a la ruta que debieron seguir los primitivos pobladores de América en la Era Glaciar, contrarios a la ruta de los conquistadores.
-Vamos a llegar a París como en una hora – dijo mi compañera al regresar del tocador- apenas me va a dar tiempo de transbordar.
Revisé mi pase de abordaje, a mi también me daría el tiempo justo. Ella tomaría un vuelo a Lyon y yo a Barcelona. Intenté dormir, pero la azafata comenzó a repartir los desayunos. Para nuestros cuerpos seguían siendo las seis de la mañana.
París es una enorme mancha urbana como la Ciudad de México, igual de voraz, pero mil veces más ordenada. Desde el cielo se distingue la geometría de sus barrios, el trazo de sus calles periféricas y grandes avenidas (esas de las que no habla Cortázar porque quizás no las conoció), se distinguen rascacielos, enormes complejos habitacionales y letreros de las tiendas Carrefour, cosas alejadas del romanticismo y cercanas a la Francia que es potencia económica y militar, y que participa en las decisiones que mueven al mundo. Debe haber mucho lodo debajo del concreto –pienso- como dice Baudelaire aunque él usa la frase “fango debajo del macadam”, para decir que debajo de la modernidad todavía hay mucha suciedad. Recuerdo el Distrito Federal.
Varios ríos cruzan la ciudad, cada que veo alguno pienso que es el Sena (tal vez lo sea pero fragmentado) hasta que reconozco el verdadero, mejor dicho, la parte que sale en las postales. Me pregunto si así se vería el Distrito Federal si no hubieran entubado el Río de La Piedad para convertirlo en una horrible avenida o si se hubieran conservado los canales que iban de La Viga a Xochimilco, a pesar de la urbanización. Empiezo a descubrir la cara amable de París. Me emociono al ver la torre Eiffel, los Campos Elíseos (es verdad que Porfirio Díaz se basó en ellos para el Paseo de la Reforma) , el Arco el Triunfo, creo ver el famoso obelisco, pero no estoy seguro. Esta parte sí es atrayente y de pronto recuerdo que esto será lo único que vea de La Ciudad (así con mayúsculas) que dicen, es el modelo que siguieron las ciudades modernas del mundo. Ni modo, otro día con más calma la conoceré.