Pajarillo

Lamento del amigo eterno


Todas ellas me rechazan aunque me estiman y me hablan por teléfono de vez en cuando.
Llegan de improviso a mi casa para abrir su corazón.
Lloran sus penas de amor entre mis brazos.
Seducen mis oídos con su llanto acompasado.
Conmueven mi pecho con sollozos y espasmos de respiración.
Mi corazón solidario, se indigna conforme avanza el relato y maldigo a los hombres
incapaces de comprenderlas como yo.
Les acaricio el pelo y las consuelo con palabras sinceras, pero siempre caigo en la
tentación.
Doy un gran sorbo al aroma de sus cuellos que es el aroma de la desnudez hecha vapor.
Me concentro en el latido de sus cuerpos en la vibración de la voz, mas en las
palabras no.
Ellas, hundidas en la egoísta melancolía, no reparan en lo que pueda sentir yo.
Brota en mí el instinto protector, el celo del macho que guía la manada.
Las estrujo en mis brazos con ternura para defenderlas del mundo que las daña.
Me vuelvo un hombre ante la vulnerabilidad de una hembra e irremediablemente cruzo
el límite de la amistad sincera.
Cuando ellas intuyen mi deseo, finjo que nada pasa.
Soy experto en cambiar el tema y humillar al instinto.
Maliciosas, siguen la corriente tal como conviene a su destino.
Una y otra vez soy rechazado sutilmente.
Una y otra vez los límites de la amistad se restablecen.
¡Oh monótono cariño sin placer!
Ellas regresan con los hombres que no saben ser amigos pero que intuyen lo que busca una
mujer.
Mientras yo permanezco solitario y me masturbo resignado, como lo hicieron El Cyrano
y Tulusse Lautrec.




Romeo Valentín Arellanes