Pajarillo

Pasado de verga

 Wendy siempre se ha jactado de su peculiar sentido del humor, incluso sobre sus muchos otros atributos. Aunque algunas personas consideran sus bromas escatológicas, vulgares, impertinentes y de mal gusto, otros admiramos su capacidad de hacer chistes de cualquier tema y cualquier situación. Es capaz de reírse de la desventura y del dolor propio o ajeno. Un velorio reciente, una enfermedad del estómago, la impotencia sexual de alguno de sus amantes ocasionales o una simple noticia trágica que ve en la tele le proporcionan materia prima para improvisar una broma que estalla en la cara de los deudos, los amigos o el humillado amante en cuestión. Estoy casi seguro que disfruta más las caras de espanto y repulsión que sus bromas provocan que las sinceras carcajadas de su séquito de amigos cercanos siempre dispuestos a escuchar y celebrar sus ocurrencias. También está orgullosa de su minuciosa belleza, que bastante trabajo le ha costado esculpir, y que le sigue costando un enorme esfuerzo mantener. Su cara no es perfecta, pero sabe cubrir de forma magistral con maquillaje sus “detallitos”, como ella llama a las imperfecciones y rasgos que no le gustan, resultando un rostro agradable, aceptable a la distancia que corona con un cabello largo y  brillante como de comercial de shampoo; su cara tiene “buen lejos” como se dice vulgarmente. Además, te aseguro que si la ves por la calle, su rostro será lo último en que te fijes. Nadie puede negar que tiene un cuerpo no sólo atractivo sino suculento que sabe lucir con ropa ajustada, sabe moverlo con cadencia enseñando mucha carnita al caminar, no importa que las malas lenguas de mujeres y hombres puritanos murmuren que Wendy se ve vulgar. Lo importante, dice Wendy, es que ellas se mueren de envidia y ellos no dejan de babear. Más que la envidia, los murmullos y el puritanismo de las mujeres, le molesta la hipocresía y la doble moral de los hombres que se la comen con la mirada y se excitan al verla pasar, pero que en la vida cotidiana la humillarían y la rechazarían si fuera parte de sus familias. Le tiene resentimiento a los hombres porque se han portado ojetes con ella, esa es la verdad. Dice que cuando  camina por un lugar público, como un centro comercial, puede sentir las miradas de todos sobre ella, puede sentir los ojos de todos los hombres que la envuelven como un cardume de peces sin cerebro, que la siguen por el pasillo, por las escaleras eléctricas, por los aparadores. Cuando siente la atención de todos, le dan ganas de ponerse en el punto más estratégico del mall a la vista de sus morbosos fans y bajarse los pantalones de licra o alzarse la falda para mostrar su enorme verga -el único vestigio de su pasado que aún le queda- para desilusionarlos, bajarles la moral y burlarse de ellos “no que no bola de pendejos, atásquense, en el fondo todos los hombres son putos”. Sólo de imaginar las caras se muere de risa, aunque no estoy seguro si se atrevería a hacerlo, no por lo atrevido de la broma sino porque a ella tampoco le gusta recordar esa parte colgante de su pasado, pero quien sabe, Wendy es de esas personas con una enorme capacidad para reírse de sí mismas.

Romeo Valentín Arellanes
20 de Septiembre de 2011
Tlalnepantla Edomex